Robo de niños, el atroz crimen que marcó la dictadura de Argentina

Leticia Baibene Ramírez tenía 2 años cuando vio por última vez a sus padres. “Yo un día estaba en casa con mi mamá y mi hermano (Ramón), que tenía un año, y mi prima. Estábamos en el fondo de mi casa, mi mamá estaba lavando ropa (…) y de repente golpean la puerta y entonces mi mamá deja a mi hermano en la cuna y va a abrir, y aparecen un montón de hombres con unas medias en la cabeza. No se les podía ver las caras. De repente empezaron a entrar hombres y más hombres y a mi mamá se la llevaron, le amarraron las manos, se la colocaron en la espalda y con palos grandes le pegaban en la espalda. Después, ellos se la llevaron y ahí no recuerdo más nada”, narraba en 1985 para un documental de Televisora Española, Leticia con 11 años.

Ante la pregunta de que si tiene esperanzas de que su madre va a volver, ella responde con lágrimas en los ojos: “Tengo muchas esperanzas, pero por dentro mío… no sé. Hace ocho años que se la llevaron”.

Los sucesos que narra Leticia ocurrieron el 26 de abril de 1977 en la localidad de Berisso, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, durante la dictadura militar de 1976-1983, régimen neofacista apoyado por Estados Unidos que formó parte de otros similares impuestos en Suramérica durante la Guerra Fría.

Así, el Estado empleaba a escuadrones clandestinos para capturar, torturar y asesinar a miles de personas que eran señaladas como militantes de izquierda. Ese fue el destino de Elba Leonor Ramírez Abella y a Arturo Arturo Baibienes, padres de Leticia y Ramón, quienes militaban en la Montonera, una organización peronista constituida en 1970.

Los terroristas también asesinaron a Alberto Enrique Paira y Liliana Pizá, compañeros de militancia de Elba y Arturo, y padres de Julia que se encontraban en ese lugar.

Los niños Ramón, Leticia y Julia fueron dejados primero en la casa de un vecino y luego a una Casa Cuna. Sus abuelos pudieron recuperarlos luego de una intensa búsqueda.

Muchos de estos niños, en edades muy tempranas e incluso no nacidos, fueron apropiados a la fuerza o recolocados en otros hogares de forma ilegal. Al término de la dictadura, las nuevas autoridades y organizaciones de derechos humanos contabilizan 500 casos similares como el de Leticia.

En los centros clandestinos de detención funcionaban maternidades secretas en las que mujeres secuestradas y torturadas en estado de gestación daban a luz. Pero en vez de estas criarlos, se les mentía y se les decía que sus hijos habían nacidos muertos. La realidad era que los bebés eran entregados con documentos falsos, a familias de militares del régimen que estaban en listas de espera. Otros infantes eran vendidos o abandonados a casas de cuidados; y unos pocos terminaron en hogares de acogidas que nada tenían que ver con las autoridades represoras. Una vez que finalizaban los partos, las madres biológicas eran asesinadas y desaparecidas. Al sol de hoy, la espantosa cifra de desaparecidos y asesinados durante el régimen llega a 30.000, entre los que se cuentan las madres militantes, mujeres, líderes políticos, activistas, entre otros.

De esta forma, la dictadura argentina protagonizó uno de los episodios más aberrantes de violación de derechos humanos de la historia reciente del continente y el mundo. Los represores, aliados de Washington, cegaron la vida de miles de personas y borraron la identidad de cientos de niños que vieron vulnerados su derecho de vivir con sus legítimas familias, lo que provocó severos daños psicológicos a los abuelos – padres y madres de los asesinados- y a grupos acogedores.

Batalla por el reencuentro

Una de las organizaciones emblemáticas que lucha por rescatar la identidad de estos niños, ahora ya adultos, es las Abuelas de la Plaza de Mayo, agrupación fundada en marzo de 1976 y que en sus casi 50 años de recorrido sigue batallando, investigando e indagando para restituir hasta el último nieto o nieta secuestrada.

Hasta ahora, esta organización civil ha logrado identificar y encontrar a 133 nietos. El último caso se dio a conocer en días recientes. El recuperado es hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho, nieto de Nélida Navajas y hermano del activista Miguel Tano Santucho, éstos últimos integrantes de las Abuelas de la Plaza de Mayo.

Según cuenta la página de la organización, Cristina Navajas era militante del grupo PRT-ERP (Fracción Roja), afiliación que le costó su secuestro en 1976 con dos meses de embarazo y siendo madre de dos hijos, Camilo y Miguel. El estatus legal de Cristina es de desaparecida. Desafortunadamente, la abuela Nélida murió en 2012 y no pudo conocer a su nieto ahora identificado.

La identidad no ha sido revelada a la prensa, pero su hermano Miguel contó a los medios que cuando vio a su consanguíneo sintió que “volvió a nacer”.

“Hoy nos vimos por primera vez. Nos pudimos dar un abrazo muy fuerte y no quería soltarlo hasta que me dijeron: ‘pará que hay otros’. El primero fue un abrazo tan lindo que se lo deseo a todos mis hermanos que siguen buscando”, contó Miguel, citado por Página12.

Explicó que en la búsqueda de su hermano siempre le faltaron “elementos de seguridad”, datos concretos de que efectivamente había nacido: “Sentía que estaba buscando un fantasma”, concluyó.

Ciencia por la causa nacional

Una de las herramientas claves con las que cuentan las Abuelas es el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), un organismo instaurado en 1987 que permite la identificación con ADN de los familiares.

“La comunidad científica internacional nunca se había planteado si era posible identificar a un bebé sin contar con la presencia de los padres. Costó mucho llegar a la conclusión de que la sangre de una abuela alcanzaba para realizar este proceso”, afirma Mariana Herrera Piñeiro, directora general técnica del BNDG, citada por Distintaslatitudes.net

El sitio web explica que la instancia encargada para identificar a nietos secuestrados es la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). En aquellos casos en los que se cumplen varios indicios o sospecha, la persona es derivada al BNDG.

“El BNDG tiene los perfiles genéticos de todos los grupos familiares que buscan tanto a sus hijos como a sus nietos desaparecidos”, explica Herrera Piñeiro. “Además, en esa misma base de datos se suben los perfiles de aquellas personas que nacieron entre 1976 y 1983 y dudan de su identidad, o de quienes, por medio de un proceso de investigación, podrían ser nietos de alguno de estos grupos”, agrega la especialista.

En caso de dar positiva alguna prueba, ésta se repite para asegurarse. De volver a coincidir, se le notifica a CONADI o al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. A la vez, se pasa un informe a las Abuelas de la Plaza de Mayo. Ya cuando todas las partes están de acuerdo, familiares y autoridades anuncian a la prensa el hallazgo.

“Una de las últimas nietas que apareció vino al BNDG para ver su informe”, cuenta la doctora, citada por el referido medio. “Sólo estaban vivas una abuela y una tía. El resto de sus familiares ya habían fallecido, pero antes habían pasado por el Banco para dejar sus datos. Para ella fue muy fuerte saber que no se trató solo de una abuela que la buscaba, sino de una familia entera que siempre la quiso y que estuvo hasta sus últimos días tratando de encontrarla”.

Lazos que se reconstruyen

La Asociación Abuelas de la Plaza de Mayo está presidida por Estela de Carlotto, ex maestra de escuela y ahora activista que no desmaya, a sus 92 años, en reencontrar la totalidad de los nietos. En 1977, la dictadura fascista le secuestró y asesinó a su hija Laura Estela – militante de izquierda- mientras la chica tenía tres meses de embarazo. En pleno cautiverio y tortura, Laura da a luz a un hijo, producto de su relación con Oscar Walmir Montoya, artista y militante también asesinado en 1977.

Luego de 38 años, y de haber padecido el dolor por el secuestro de su esposo y de su hija – de quien entregaron su cadáver-, Estela emprende la búsqueda de su nieto, indagaciones que le llevaron décadas y que por fin vio fruto 38 años después, específicamente en 2015.

Se trata del pianista y músico Ignacio Hurban Rodríguez, quien se enteró que era adoptado, y sospechó que podría ser uno de los niños secuestrados durante la dictadura. Con esta duda se presentó voluntariamente en las oficinas de las Abuelas de Plaza de Mayo para resolver su origen. Fue así como acudió al BNDG y, en efecto, el ADN de él coincidió con el de su padre Guido Montoya y de Laura, por lo que es nieto de Estela y el 114 recuperado.

“Yo busqué a mi nieto con la ayuda de todas mis compañeras, porque cada nieto es un poco de cada una, y cada hallazgo nos alegra a todas. Siempre tuve la esperanza de que algún día me tocaría a mí celebrar. Pero cuando cumplí 80 años vi ya mis esperanzas desvanecidas. Hasta que llegó el día en que lo encontramos, y eso fue para mí como un bálsamo de vida”, expresa la activista, citada por la Agencia de Información Laboral.

Ignacio – quien fue criado en Olavarría, en la provincia de Buenos Aires por una pareja de trabajadores de la tierra que sostenía relación con militares de la dictadura – narra que estos lazos interrumpidos se van reconstruyendo poco a poco.

“El afecto se va construyendo, es una relación que empieza tarde. Me tuve que hacer un mapa conceptual con cada foto para saber quien era cada uno” de su familia biológica, cuenta sin rencor y entre risas durante una entrevista difundida en 2015 por internet. Sobre la relación con sus padres de crianza, este músico aclaró a la BBC que la mantiene en la privacidad. “Les guardo un enorme amor y gratitud gigante”, añade.

El artista se cuestionaba sobre el origen de sus inclinaciones por la música desde niño. “Siempre fue una pregunta… ¿Cómo yo llegué ahí, siendo que yo me crie en un ambiente proclive al desarrollo de otras actividades tan diferentes? Me ví en esa disyuntiva durante toda una vida”, cita el medio británico.

“Ahora comprendo que había un ejercicio musical en las familias Montoya y Carlotto que hizo que despertara esa vocación”, reflexiona.

Aunque es evidente que durante esta oscura etapa de la historia reciente de Argentina se cometieron crímenes de lesa humanidad, parece increíble que haya agrupaciones, políticos y voceros de la derecha y ultraderecha que intenta tapar y justificar estos delitos. Llegan incluso a alegar que fue “gracias a esto” que se les alejó del “izquierdismo”.

La búsqueda de cientos de niños aun por reconocer no se limita a las abuelas. Detrás de las pistas hay familiares, amigos y allegados que tratan de dar con el paradero de una generación casi perdida, y que trata de dejar atrás el daño psicológico y social que ha provocado un aparato represor neofascista impuesto por el imperialismo.

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