La doble revolución de Julio Cortázar

Su obra ya estaba consolidada en aquella época como una de las más significativas de la narrativa argentina y latinoamericana. En las décadas de 1950 y 1960 había escrito y publicado lo mejor de su producción en cuentos, siendo un exponente y defensor a ultranza del género, perteneciente de la estirpe fundada por Edgar A. Poe

Julio Cortázar viajó al menos seis veces a Nicaragua, gobernada por el sandinismo, a manera de testigo del proceso que se estaba viviendo en el país centroamericano y para, así, poder batirse con solidez en la guerra propagandística que en el espectro occidental se difundía contra la revolución nicaragüense. Él mismo hablaba de solidaridad y de validar las realidades que medios hegemónicos en la década de 1980 “niegan o falsean o cambian”.

Su obra ya estaba consolidada en aquella época como una de las más significativas de la narrativa argentina y latinoamericana, en general. En las décadas de 1950 y 1960 había escrito y publicado lo mejor de su producción en cuentos, siendo un exponente y defensor a ultranza del género, perteneciente de la estirpe fundada por Edgar A. Poe. Rayuela (1963) haría que se lo identifique con el boom, y el azar haría el resto para juntar su nombre junto a revolucionarios, pero de la novelística, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Augusto Roa Bastos.

Esta circunstancia es digna de reseñar, pues ubica a Cortázar en un contexto en el que la mayoría de los escritores sudamericanos y caribeños más laureados y alabados por la crítica y la lectoría eran izquierdistas o socialistas y comunistas de frente. Para el escritor argentino, la publicación de las obras del boom coincide en el tiempo por puro azar. Destacaba que no se trataba de armar una cofradía de autores entrelazados por las mismas orientaciones literarias y rasgos narrativos comunes; más bien el azar había jugado su carta señera, uno de los temas fundamentales de la obra cortazariana.

Entendía que a todos los unía una misma circunstancia histórica y lingüística, donde el ambiente político y social de Latinoamérica y el Caribe estaba trazada por la inestabilidad y los cambios revolucionarios y contrarrevolucionarios a lo largo de toda la región. El compromiso de hablar sobre esas realidades fue lo que motivó, según Cortázar, a los autores de aquellos años a investigar y reafirmar lo propio desde una posición (política y literaria) genuina para la época: “Antes solo mirábamos a Europa, a Francia, y solo leíamos a Sartre, a Faulkner, a Hemingway, a Greene”, declaraba en una famosa entrevista con el español Joaquín Soler en 1977.

Él mismo escribió gran parte de su obra en París, entre la soledad y la pobreza, así que entendía la angustia de las influencias europeas desde su seno, una perspectiva que lo llevó a identificarse con una izquierda revolucionaria que se mantuvo atada a los destinos de Cuba y Nicaragua, y contra la dictadura militar argentina de los sangrientos años 70 y 80.

Si bien la ficción fantástica era el campo prolijo de sus narraciones, donde se definiría de manera más brillante, también escribió libros (Libro de Manuel), artículos de prensa (Nicaragua, tan violentamente dulce) y polémicas (Literatura en la revolución y revolución en la literatura) donde dejaba muy claramente su posicionamiento político e ideológico, además de sus motivaciones artísticas. Desde esos campos, mantuvo una posición coherente y nunca dada al oportunismo.

Podríamos afirmar que desde la publicación de su cuento “Reunión” en la colección Todos los fuegos el fuego (1966), texto donde usa capítulos de los diarios del Che Guevara, comienza el periodo en el que Cortázar pondría en práctica la doble revolución de crear contenido socialista en sus narraciones y revolucionar la narrativa misma. Hasta su muerte, la solidaridad y la pugna intelectual fueron señales de su compromiso con las mayorías explotadas latinoamericanas y del mundo.

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