Alarma mundial por auge del trabajo infantil

La infancia del ser humano es el período más importante de la vida. Es en esa etapa en la que se desarrollan aptitudes intelectuales y psicológicas necesarias para una adultez estable. Es por ello que todos los tratados internacionales, que rigen sobre la protección infantil, establecen que todo niño o niña tiene derecho a la educación, recreación y a un hogar estable sin algún tipo de violencia.

Uno de los problemas que vulnera esos derechos es el trabajo infantil, que la Organización Mundial de Trabajo (OIT) la define como toda actividad “que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”.

Sin embargo, aclara que no todas las labores en las que participen los niños deben ser consideradas como tal. “Por lo general, la participación de los niños o los adolescentes, por encima de la edad mínima de admisión al empleo, en trabajos que no atentan contra su salud y su desarrollo personal ni interfieren con su escolarización se considera positiva”.

Es por ello que los países del mundo y las agencias internacionales, como la OIT y demás organismos de Naciones Unidas en materia de protección a infantes, velan para erradicar el trabajo infantil. Para concretar esta tarea se instituyó en 2002 el 12 de junio de cada año como el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Aunque ha habido esfuerzos, y luego de 21 años de este decreto, las cifras aun son alarmantes.

La ONU reveló recientemente que el 10 % de los niños del mundo – unos 160 millones – están trabajando en lugar de ir a la escuela. Más de la mitad de esta población vulnerada (86,6 millones) está localizada en la África subsahariana, irónicamente la región con más riquezas en cuanto a recursos naturales – como gas y petróleo-, pero la más golpeada por el injerencismo y saqueos de minerales por parte de trasnacionales.

Según una investigación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y de la OIT, el 24 % de los niños de dicha región, o uno de cada cuatro, trabaja.

Las agencias especifican que la mayoría (70%) de los infantes africanos, y en todo el mundo, trabaja en la agricultura; y, lamentablemente los números van en aumento cada año.

Este problema no se registra nada más en África. Asia y el Pacífico ocupan el segundo lugar con un 7% y 62 millones de niños trabajando.

“Las regiones de África y Asia y el Pacífico juntas alcanzan la cifra de casi nueve de cada diez niños en situación de trabajo infantil en todo el mundo”, devela el reporte de la ONU.

La población restante se distribuye entre América (11 millones), Europa y Asia Central (6 millones) y Estados árabes (1 millón). Así, el 5% de los niños del mundo está en situación de trabajo en las Américas, el 4% en Europa y Asia Central, y el 3% en los Estados Árabes. Asimismo, los estudios denuncian, específicamente, que dos millones de esta población viven en países de altos ingresos como Estados Unidos y algunas naciones de Europa.

América Latina, en alarma

Aunque América Latina y El Caribe parecía mejorar sus indicadores del trabajo infantil, la llegada de la pandemia del COVID19 revirtió la situación, estima un informe de la OIT y Unicef fechado del 2021, a un año de la emergencia global sanitaria.

Para esa fecha se registraban 8.2 millones de niños de entre 5 y 17 años de la región trabajando, la mayoría sin ir a la escuela. “El grueso de estos niños son adolescentes varones, y el 33% son niñas”, detalla el análisis.

En Suramérica – específica el texto- el trabajo infantil es trasversal en todas las áreas, es decir, urbanas y rurales. Un 48,7% se encuentra en el sector agrícola y el resto en ciudades.

Otro dato alarmante, publicado hace un par de años, fue que más de la mitad de los niños trabajadores (5.5 millones) realizan tareas peligrosas, que ponen en riesgo su salud, educación y bienestar.

Uno de los sectores que más absorbe el trabajo infantil es el ágricola, específicamente las plantaciones de tabaco en el sur del continente. Dabiel Berruezo, argentino y funcionario de la Secretaría de Trabajo de Salta, Argentina – desde donde lucha para acabar con este problema- tuvo que laborar desde muy niño para sortear la precaria situación económica en su casa, en una Argentina marcada por el neoliberalismo y la desigualdad.

“Mi hermano y yo comenzamos a trabajar en las tareas de cosecha de tabaco cuando yo tenía siete años y él ocho. No había otra alternativa. Mi padre trabajaba en la tabacalera y lo que ganaba no era suficiente para cubrir los costos de nuestro material escolar y nuestra ropa. Era la única forma de llegar a fin de mes”, cuenta Berruezo, citado por la OIT en su página web.

En su testimonio cuenta que le tocaban duras tareas mientras los demás niños jugaban y estudiaban. Con ese poco dinero que ganaban lograban comprar los materiales y uniformes escolares para poder estudiar.

“Aunque esa experiencia marcó mi vida de forma adversa, nunca sentimos resentimiento ni desprecio hacia nuestro padre ni por nuestra madre. Pero sí nos dábamos cuenta de que no podíamos jugar ni compartir experiencias con otros niños y niñas. Nuestra vida no fue la de unos niños normales”, agrega.

Ya de adulto, Berruezo concentra sus esfuerzos en acabar con este problema estructural y en crear conciencia en el pueblo para que no se normalice el trabajo infantil.

“Nuestra labor consiste en gran medida en aumentar la concienciación sobre el trabajo infantil y comunicar a las comunidades que las niñas y los niños no deben trabajar, y que es necesario que las infancias se desarrollen sin que se vulneren sus derechos”, dijo.

“Quienes tienen poder de adoptar decisiones deben entender que el trabajo infantil no puede permitirse”, añade.

Otros duros destinos

Aunque Berruezo logró sacar herramientas para superar esta adversidad, el destino para otros es muy distinto. En junio de 1999 la OIT aprobó un documento denominado “Convenio sobre las Peores Formas de Trabajo Infantil”, que advierte los duros escenarios por los que pasa el este sector vulnerable, entre los que están la esclavitud, la trata infantil, la servidumbre, la condición de siervo y el trabajo forzoso.

Los abusos, enmarcados en estas tipificaciones, empujan muchas veces a los menores a peligrosas redes de delitos como el sicariato de grupos armados o explotación sexual, en la que sus vidas están en riesgo.

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