La trinchera poética de Otto René Castillo

(Publicado originalmente en la edición 101 de Koeyú)

La primera vez que escuché los vibrantes versos de “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño”, fue a través de la voz de mi abuelo, Joel Atilio. Podía recitar el poema completo de memoria, lo cual me llenó desde la infancia grandes expectativas. Entre los escritores que mi abuelo solía recurrir, las palabras de Otto René Castillo fueron las que más llenaron su alma de poesía; por su sencillez, su bruma lírica; su cálido compromiso social y político, su lucha libertaria. “Dio a su pueblo su canto y su vida. ¿Qué más puede dar un poeta?”, dijo Luis Cardoza y Aragón. Sin duda, a mi abuelo le inspiraba la imagen de Otto René Castillo como el poeta que más dio de sí mismo para los oprimidos.

Nacido en la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala, en 1936, Otto René Castillo fue desde temprana edad un entusiasta de la causa revolucionaria, zapateando sus primeros pasos libertarios como sindicalista. En 1954 ya era presidente de la Asociación de Estudiantes de Postprimaria y uno de los activistas juveniles más destacados del Partido Guatemalteco del Trabajo.
 
Poco tiempo después, marchó hacia El Salvador, donde ingresó en la universidad luego de dedicarse a trabajar en distintos oficios: sereno de un parque de automóviles, pintor de brocha gorda, vendedor de libros. Al mismo tiempo, escribió poemas que, a pesar de mantener un vigor netamente juvenil, llamaron la atención en el seno de los círculos intelectuales y culturales salvadoreños. En 1955, obtuvo el Premio Centroamericano de Poesía de la Universidad de El Salvador, lo cual le abrió las puertas de la gran prensa salvadoreña. Otto René Castillo ya firmaba con pasos agigantados su porvenir intelectual y artístico, siempre de la mano de las causas justas y necesarias.
 
Jorge Luis Borges dijo alguna vez que la poesía se nutría de la tristeza, ya que la alegría es un fin en sí mismo. Como poeta, Otto René Castillo cebó sus palabras por medio del dolor del pueblo guatemalteco y de su bravía esperanza. Lanzó un grito al cielo en homenaje a los sectores más explotados de su patria: las masas indígenas. Como bien dice Roque Dalton: “Sus poemas a Atanasio Tzul son un ejemplo concreto de tal actitud”.
 
Su actividad política y literaria en El Salvador fue sumamente fecunda. Desde el seno del Círculo Literario Universitario fue un trabajador inagotable en favor de la unificación de criterios de los artistas jóvenes de aquella época; asimismo, un divulgador de los poetas que más influyeron en el punto de partida de lo que luego se llamaría la “generación comprometida”: Nazim Hikmet, Miguel Hernández, César Vallejo, Pablo Neruda, entre otros más.
 
No sólo Centroamérica ardía con los versos de Otto René Castillo: la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD) le otorgó, desde Budapest, el Premio Internacional de Poesía en 1957. Luego, regresó a Guatemala, donde obtuvo el Premio Autonomía de la Universidad en 1956.
 
Del carácter contestatario de Otto René Castillo, Roque Dalton escribe: “Extrovertido, vital, de personalidad fuerte y simpática, no fue, sin embargo, una figura exenta de los errores y las debilidades de los jóvenes centroamericanos de su época. Su afán de vivir intensa y apasionadamente la vida, le cobró su precio frente a la severidad de sus camaradas mayores en edad y experiencia y le significó conflictos, desgarramientos, problemas. Por el contrario, los jóvenes le aceptaron siempre en su rica totalidad humana, necesariamente contradictoria con el medio. Quizás el motivo más importante de citar en este aspecto de su personalidad sea el de salvarlo del riesgo, que puede propiciarle su muerte admirable, de pasar a la historia como un santón, como uno de esos personajes planos a que nos tiene acostumbrados el apologismo póstumo”.

En 1957 regresó a Guatemala, poniendo fin a su fructífero exilio salvadoreño. Sigue estudios de derecho y ciencias sociales en la Universidad de San Carlos donde recibió el premio “Filadelfo Salazar” al mejor estudiante. En 1959 inició sus estudios de letras en Leipzig. En 1962 abandonó la primera carrera para ingresar en la Brigada Joris Ivens, un grupo de cineastas que serían los cuadros de un vasto plan para la filmación de materiales sobre la lucha de liberación de los pueblos latinoamericanos, dirigidos por el famoso cineasta holandés. Al terminar sus cursos, regresó al país en 1964. Allí, recomenzó la turbulenta mezcla de militancia política y de actividad cultural. En esta etapa dirigió el Teatro de la Municipalidad de Guatemala. Cuando fue capturado en 1965, el régimen militar lo envió de nuevo al exilio. Las organizaciones revolucionarias guatemaltecas le impusieron entonces una responsabilidad: ser el representante de Guatemala en el Comité Organizador del Festival Mundial de la Juventud que se celebraría en la capital de Argelia. Con este cargo el poeta nuevamente recorre Alemania, Austria, Hungría, Chipre, Argelia y Cuba. Sus jefes hablaban emocionadamente de su aporte material y humano, su entrega al trabajo, su espíritu jovial ante el sacrificio.
 
En 1966 regresó a  su patria de manera clandestina para incorporarse a las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), comandadas por César Montes. El 19 de marzo de 1967 fue herido en combate y capturado por las fuerzas del gobierno. Junto a Nora Paiz fue conducido a la base militar de Zacapa y, después de haber sido torturado y mutilado durante cinco días, fue quemado vivo. Sus propios verdugos han testimoniado su entereza y su coraje ante el tormento y la muerte.
 
La figura de Otto René Castillo se mantiene viva debido a la fortaleza de su poesía y a la firmeza de su carácter revolucionario, cuyo aguante aún recorre el alma de toda Centroamérica y Latinoamérica. Por ello Joel Atilio, mi abuelo, siempre se enorgullecía de recitar aquellos versos sin descanso, como si de un mantra, al mismo tiempo secreto y popular, se tratara. “Vamos patria a caminar, yo te acompaño” no es sólo la vindicación de la palabra y el compromiso de un hombre; es la lucha que cada ser con aspiraciones libertarias hace, así como lo hizo mi abuelo, desde la trinchera de la dignidad y la belleza.
 
Caracas, marzo de 2011.

Intelectuales apolíticos
 
Un día,
 
los intelectuales
apolíticos
de mi país
serán interrogados
por el hombre
sencillo
de nuestro pueblo.
 
Se les preguntará
sobre lo que hicieron
cuando
la patria se apagaba
lentamente,
como una hoguera dulce,
pequeña y sola.
 
No serán interrogados
sobre sus trajes,
ni sobre sus largas
siestas
después de la merienda,
tampoco sobre sus estériles
combates con la nada,
ni sobre su ontológica
manera
de llegar a las monedas.
No se les interrogará
sobre la mitología griega,
ni sobre el asco
que sintieron de sí,
cuando alguien, en su fondo,
se disponía a morir cobardemente.
Nada se les preguntará
sobre sus justificaciones
absurdas,
crecidas a la sombra
de una mentira rotunda.
 
Ese día vendrán
los hombres sencillos.
Los que nunca cupieron
en los libros y versos
de los intelectuales apolíticos,
pero que llegaban todos los días
a dejarles la leche y el pan,
los huevos y las tortillas,
los que les cosían la ropa,
los que le manejaban los carros,
les cuidaban sus perros y jardines,
y trabajaban para ellos,
y preguntarán:
“¿Qué hicisteis cuando los pobres
sufrían, y se quemaba en ellos,
gravemente, la ternura y la vida?”.
 
Intelectuales apolíticos
de mi dulce país,
no podréis responder nada.
 
Os devorará un buitre de silencio
las entrañas.
Os roerá el alma
vuestra propia miseria.
Y callaréis,
avergonzados de vosotros.
 
 
 
Distante de tu rostro
 
Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor elevan mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero, golondrina.
Es que tengo mil años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobre todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.
 
Ay, Guatemala,
cuando digo tu nombre retorno a la vida.
Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.
Subo las letras del alfabeto hasta la A
que desemboca al viento llena de alegría
y vuelvo a contemplarte como eres,
una raíz creciendo hacia la luz humana
con toda la presión del pueblo en las espaldas.
¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados.
Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
 
¿Por qué nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?
 
Así es la vida de los pueblos, amarga y dulce,
pero su lucha lo resuelve t odo humanamente.
Por ello patria, van a nacerte madrugadas,
cuando el hombre revise luminosamente su pasado.
 
Por ello patria,
cuando digo tu nombre se rebela mi grito
y el viento se escapa de ser viento.
Los ríos se salen de su curso meditando
y vienen en manifestación para abrazarte.
Los mares conjugan en sus olas y horizontes
tu nombre herido de palabras azules, limpio,
para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,
donde nadan los peces con aletas de auroras.
 
La lucha del hombre te redime en la vida.
 
Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad
cargando la esperanza por los caminos del alba.
Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.
La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.
La que inventa huracanes de amor y cerezales
y se da redonda sobre la faz del mundo
para que todos amen un poco de su nombre
un pedazo brutal de sus montañas
o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.
 
Pequeña patria, dulce tormenta mía,
canto ubicado en mi garganta
desde los siglos del maíz rebelde
tengo mil años de llevar tu nombre
como un pequeño corazón futuro
cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.
 
 
 
De los de siempre
 
Usted,
compañero
es de los de siempre.
De los que nunca
se rajaron,
carajo!
De los que nunca
incrustaron su cobardía
en la carne del pueblo.
De los que se aguantaron
contra palo y cárcel,
exilio y sombra.
 
Usted,
compañero,
es de los de siempre.
 
Y yo lo quiero mucho,
por su actitud honrada,
milenaria,
por su resistencia
de mole sensitiva,
por su fe,
más grande y más heroica
que los gólgotas
juntos
de todas las religiones.
 
Pero, sabe?
los siglos
venideros
se pararán de puntillas
sobre los hombros del planeta,
para intentar
tocar
su dignidad,
que arderá
de coraje,
todavía.
 
Usted,
compañero,
que no traicionó
a su clase,
ni con torturas,
ni con cárceles,
ni con puercos billetes,
Usted,
astro de ternura,
tendrá edad de orgullo,
para las multitudes
delirantes
que saldrán
del fondo de la historia
a glorificarlo,
a usted,
al humano y modesto,
al sencillo proletario,
al de los de siempre,
al inquebrantable
acero del pueblo.

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