Los rostros de Banksy

Hay rostros que no necesitan ser develados. Banksy cumple con un misterioso perfil: la rebeldía, el anonimato y el arte urbano, unidos en una tela de araña que refuerza la imagen de una contracultura ambivalente y política. Así, Banksy se ha plantado en la escena artística mundial como un peso pesado del grafiti callejero. Su obra, que se puede encontrar pintada en diferentes sitios del mundo, está conformada por una combinación entre el esténcil y la lata de pintura aerosol.

El discurso de su arte muestra una realidad (y una creatividad) que nada tiene que ver con lo reflejado por la “Gran Prensa” y la cultura de masas, aunque trata la iconografía pop, la política, entre otros, con toques dantescos de sátira. Tiene aires de un Diego Rivera contracultural, postmoderno, inglés y fantasma. Cual ninja rebelde, Banksy logra escapar de cuanta autoridad se le quiera atravesar. No importa si es la inteligencia israelí o la inglesa, el sigilo, la discreción y el arte se manifiestan de manera contundente. Así lo demuestran las calles de Bristol (y de algunas ciudades en todo el mundo) hasta el sol de hoy. “Cada vez que creo que he pintado algo ligeramente original, me doy cuenta de que Blek Le Rat (maestro del grafiti parisino) lo hizo mejor, sólo veinte años antes”, dijo Banksy bajo la angustia de la influencia. Pero varias de sus obras se siguen manteniendo como importantes obras de arte urbano, a pesar del conservadurismo de algunos ayuntamientos y gobiernos.

EL HOMBRE DETRÁS DE BANKSY

Pero hay un hombre detrás del personaje Banksy. Dicen. Las únicas tres certezas que existen a su sombra son que nació en la ciudad inglesa de Bristol, se viste como un rapero jovial y tiene tez blanca. Algunos murmuran que su nombre de pila oscila entre Robert y Robin. Su apellido, Banks. Robin Banks: esto se entiende como una broma que se rumorea por la fonética del nombre con robbing banks (“robando bancos”, en inglés). Muy pocos que lo conocen se han manifestado a la prensa abiertamente, y lo que logran decir de él es digno de complicidad; la gente que lo admira se encoge de hombros, quedándose con las imágenes grafiti: la única seña de la existencia de Banksy. Tal vez haya nacido en 1974.

No es tan difícil imaginarse una noche de trabajo del escurridizo artista de calle. El hombre detrás de Banksy camina de día por Blackfriars Road, Londres, espiando algún rincón urbano para pintar alguna travesura visual. La gente lo atropella con el hombro, lo mira como si no existiera, como si fuera cualquier individuo en cualquier martes, camino a la oficina. Surge la ironía del inglés de clase media: Banksy realmente está trabajando. Camina unas cinco veces por cada cuadra, hasta llegar al punto exacto del muro a convertirse en arte. Al día siguiente, los primeros rayos de sol muestran que la pared exhibe a una niña, en blanco y negro, compungida porque su globo rojo en forma de corazón vuela con el viento, como se va el amor.

Obra de Banksy en una calle de Belén, Palestina

Los misterios de cómo trabaja un grafitero se pueden apreciar en su documental Exit Through The Gift Shop (algo así como Salida a través de la tienda de regalos), en el que Banksy (según declaraciones que hizo a la prensa desde un sótano con una cámara enfrente, con la cara tan oscura como la del Emperador de Star Wars) pretendía “hacer una película que hiciera por el arte callejero lo que Karate Kid hizo por las artes marciales”. Y el mundo del libro no se queda atrás: ha publicado por su propia cuenta tres títulos, en los cuales se reproducen sus obras callejeras y cuadros hechos con esténcil, además de una que otra publicación que estudia su genuina obra.

UNA LEYENDA URBANA

Banksy se ha caracterizado por quebrar el status quo con alguna sorpresa pantagruélica. El muro de Cisjordania amaneció un día de agosto de 2005 con una ventana que muestra un paisaje que recuerda más a una fotografía de Ansel Adams que a la barbarie a la que es sometida actualmente el pueblo palestino. Unos metros a sus costados, grietas con fondo azul cielo y palmeras caribeñas, una rata obrera excavando con pala y la sombra de una niña flotando gracias a la virtud de unos globos, son los acompañantes que evidencian un mensaje crítico. El gobierno israelí tomó el avatar artístico como una provocadora banalización del concepto del muro. Como escribe Banksy en su página web (banksy.co.uk), la barrera “es el máximo destino turístico para las vacaciones activas de un grafitero”. Dejando de lado el sarcasmo, se pregunta si es punible pintar sobre un muro declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia. Su arte sirve para denunciar ante el mundo que el Estado judío está convirtiendo a Palestina en “la mayor cárcel al aire libre del mundo”. Ya para finales de 2009, con la ventana tapiada (y el resto de las pinturas demacradas por igual), la obra toma ahora un tono de rudeza e injusticia, que de seguro dibuja una sonrisa pícara en la invisible cara del artista inglés.

Una tarde de mayo de 2005, en el Museo Británico de Londres, fungió como maestro del sigilo y la clandestinidad. Disfrazado con barba postiza, sombrero y gabardina, colgó una pintura rupestre de aspecto primitivo que mostraba un hombre corriendo entre animales salvajes empujando un carrito de supermercado. Habría que imaginar con una sonrisa satírica este retrato al lado de alguna obra del enigmático y renacentista Alberto Durero. Existen otras demandas a Banksy de haberse coleado en varios museos neoyorkinos, entre ellos el conocido Museum of Modern Art (MoMA), en los cuales se encuentran otras obras similares del inglés.

LA SUBVERSIÓN Y LA SONRISA VAN DE LA MANO

Banksy, como todo artista que se aprecie controversial, tiene sus detractores. Sin duda es de aquellos que señalan de: “o lo odias o lo amas”. El principal reproche consiste en que aun haciendo arte callejero (guerrillero, como otras veces lo han señalado), con críticas social y política, siendo un vanguardista de la contracultura grafitera, venda su vena artística a empresas multinacionales como MTV y Puma. Incluso ha vendido algunas de sus obras por varios miles de libras y euros en museos y subastas bajo el asesoramiento de su agente Steve Lazarides. Además de la polémica arte subsidiado/anticapitalista, se le ha imputado bajo juicios de valor: vándalo, inmoral y sedicioso son adjetivos que salen de la boca de conservadores y juristas. Sin embargo, Banksy sigue destrozando con sus grafitis los nervios de algunos anónimos (como él mismo).

El periodista español Antonio Jiménez Barca, quien ha puesto su lupa tras las huellas del artista inglés, lo tipifica: “Es Robin Hood al revés: pinta para los pobres, pero le compran los ricos”. Unos lo admiran con devoción; otros lo odian a ultranza. Bajo toda esta capa maniquea, Banksy muestra su rostro artístico de protesta y sonríe como el gato de Cheshire, en la oscuridad del cielo del País de las Maravillas.

(Artículo publicado originalmente en la edición 102 de la Revista Koeyú)

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